La generación medicada: aumenta el consumo de antidepresivos a edades tempranas

En los últimos años, y con un aceleramiento notorio tras la pandemia, el consumo de antidepresivos entre niños, niñas y adolescentes del país —incluso en la Provincia y, por consiguiente, en la Ciudad— viene creciendo de forma sostenida y alarmante. Se trata de una tendencia que no sólo refleja el impacto de la crisis de salud mental que atraviesa el país, sino también una respuesta que muchos especialistas califican de apresurada, incompleta y, en algunos casos, riesgosa. Porque lo que aparece en las estadísticas como un aumento del uso de psicofármacos, en las aulas, los hogares y los consultorios se traduce en rostros apagados, diagnósticos cada vez más tempranos y una generación entera que está aprendiendo a vivir con tristeza sin que nadie le enseñe cómo se la atraviesa, cómo se la acompaña o cómo se la nombra.

El psicólogo y profesor Juan Manuel “Mel” Gregorini, de La Plata, advirtió que hoy en día “muchos pacientes vienen al consultorio y cuentan que toman medicación y, a veces, esto lo hacen con escasa recomendación del personal de salud mental, tanto en neurología como en psiquiatría”. Esta práctica, según el profesional, puede ser peligrosa si no se realiza un diagnóstico interdisciplinario, ya que es fundamental abordar la problemática desde diversos frentes: biológico, psicológico y social.

Según datos del Observatorio de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), durante 2023 se dispensaron 54,5 millones de unidades de psicofármacos, marcando un crecimiento del 2,26% respecto al año anterior. Dentro de ese universo, los antidepresivos destacan por su aumento sostenido, con un crecimiento del 111% en los últimos cinco años. Los principios activos más recetados, como la sertralina y el escitalopram, registran aumentos anuales del 10 al 12%. Aunque los números no discriminan por franja etaria, los psicólogos y psiquiatras que trabajan con población infantojuvenil aseguran que el aumento del consumo en menores de edad es real, visible y cada vez más preocupante.

“Lo que vemos en consultorios es que la edad en la que aparecen los primeros síntomas depresivos se ha reducido notablemente. Hace diez años era raro atender a un chico de menos de 14 años con un cuadro depresivo severo. Hoy es frecuente que niñas y niños de 10 u 11 años lleguen derivados con ideas suicidas, apatía total o crisis de ansiedad recurrentes”, explican los expertos en salud mental. Frente a esto, agregan, muchas veces la respuesta del sistema —presionado, saturado y sin recursos suficientes— es la prescripción inmediata de medicación, sin garantizar que haya un acompañamiento terapéutico sostenido o una red de contención familiar.

La pandemia de COVID-19 tuvo un efecto multiplicador. Durante los largos meses de aislamiento, muchos niños y adolescentes perdieron o con sus pares, interrumpieron rutinas, dejaron de hacer actividades recreativas y quedaron encerrados en hogares que no siempre eran espacios de cuidado. Ese impacto emocional sigue teniendo consecuencias hasta hoy. “Hay chicos que nunca pudieron retomar su vida social con normalidad. Hay adolescentes que tienen terror de salir de su casa. Y frente a eso, lo más rápido, lo más disponible, sigue siendo la medicación”, dicen los psicólogos, que insisten en que los tratamientos farmacológicos no deben ser la única respuesta.

Especialistas llaman a consumir con “precaución” los medicamentos recetados

El estudio más reciente del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) reveló que en 2023 un 26,7% de la población argentina experimentó síntomas compatibles con trastornos depresivos o ansiosos. Las mujeres jóvenes, entre 18 y 30 años, aparecen como el grupo más afectado, aunque la tendencia se extiende también hacia las adolescencias y preadolescencias. “No hay que esperar a los 18 para hablar de depresión. Hay chicas de 13 años que ya no quieren vivir. Y muchas veces, lo único que se les ofrece es una pastilla para seguir funcionando”, señalan algunos terapeutas que trabajan en escuelas y hospitales públicos.

En paralelo, los datos de la Encuesta Nacional de Salud Mental indican que el 5,7% de la población argentina padece depresión diagnosticada. Los psiquiatras advierten, sin embargo, que ese número no refleja la magnitud real del problema. En primer lugar, porque muchos cuadros no llegan a diagnosticarse. En segundo, porque el subregistro en poblaciones vulnerables o sin a servicios de salud mental es enorme. “Detrás de cada receta de antidepresivos puede haber una historia de abuso, de abandono, de soledad o de desesperanza. Y si el sistema no está preparado para escuchar esas historias, lo único que hace es silenciarlas con medicación”, explican.

Hay jóvenes desprotegidos que necesitan apoyo / Freepik

El uso de psicofármacos entre jóvenes también está asociado a una cultura que empieza a ver el malestar como una anomalía biológica y la tristeza como una falla a corregir. Redes sociales, influencers, youtubers y hasta canciones populares han contribuido a naturalizar el uso de antidepresivos como un componente casi habitual de la vida emocional de los adolescentes. En ese escenario, muchos adolescentes llegan a pedir medicación antes incluso de haber iniciado un proceso terapéutico. “Se ha instalado la idea de que estar mal es normal, y que hay que tomar algo para taparlo rápido. Pero lo que se pierde ahí es la posibilidad de entender qué nos está pasando, por qué estamos tan tristes”, reflexionan los psicólogos.

Los especialistas en salud mental reconocen que los psicofármacos pueden ser una herramienta valiosa, pero insisten en que deben ser utilizados con precaución, en combinación con tratamientos integrales, que incluyan psicoterapia, trabajo comunitario y redes de acompañamiento afectivo. “Medicar no es curar. Puede ayudar a estabilizar, a contener en momentos críticos. Pero si no se interviene sobre las causas profundas del malestar, el riesgo es que se cronifique la dependencia a la medicación sin que haya una verdadera mejora en la calidad de vida del paciente”, explican.

En ese sentido, también cuestionan la falta de recursos estatales para garantizar una atención adecuada en salud mental. La Ley Nacional de Salud Mental, sancionada en 2010, establece que el Estado debe garantizar el a tratamientos integrales y comunitarios. Pero en la práctica, denuncian, las partidas presupuestarias son insuficientes, los equipos interdisciplinarios están desbordados y las listas de espera para un turno en un hospital público pueden extenderse durante meses. “Si no se invierte en salud mental, lo que estamos haciendo es empujar a miles de chicos al consumo crónico de medicación sin proyecto de vida”, dicen los especialistas.

La situación se vuelve más delicada aún si se considera el aumento de casos de autolesiones, intentos de suicidio y trastornos de la conducta alimentaria entre adolescentes. Según algunos relevamientos extraoficiales, en ciertas escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano bonaerense, hasta el 20% de los estudiantes han tenido alguna conducta autolesiva en el último año.

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